Mis brazos languidecen
al ritmo de pianos desafinados,
con cuerdas de acero cual cabellos lacios
percutidas por un martillo huidizo.
El sonido odioso,
la caja de resonancia oxidada,
mi armonía rota en mil pedazos
y cada pedazo en cienmil más.
El sentir vacío de mi pecho extraviado,
un sentimiento inerte al son de un reloj parado,
una mirada perdida al horizonte,
los ojos del color desconocido.
Y hablar ya no hablo,
y ver no veo,
y escuchar ni quiero.
Pero escribir vomito.
La piel se cae a tiras en noches así.