La sonrisa de Dasha (8 capítulos y continúa)

I

El calor de la tarde abrasa, y sólo un resguardo a la sombra es capaz de atenuar el infierno del Sol que cae a plomo sobre la estepa, hoy. Debería haberme traído a Dasha conmigo, ella siempre me ayuda a soportar mejor cualquier condición externa. ¡Qué niña! Mañana la agarraré de las manos de su madre y seguro que encantada me acompañará en mi paseo.

Los maniquíes de los almacenes me miran con mal semblante, triste, asustado. Es verdad que algo de miedo hay, se palpa que la situación no es agradable, pero bueno, hay que seguir viviendo. Digo yo que malos vientos soplan en todas partes, pero siempre pasan. No hay que rendirse tan fácilmente. Jeje, Lyuda siempre critica mi sonrisa facilona, mi manera positiva de ver las cosas: "no eres un buen ruso, Mihail, deja de ver las cosas como un chiquillo", me dice, haciéndose la ofendida. Yo no contesto nunca, la dejo hablar; me quiere y cree que en estos tiempos, mi forma de vivir la vida no es la que corresponde, "algún día te van a coger quien tú ya sabes con esa sonrisa tuya, y verás, Misha, verás", añade después. Dasha me mira siempre pícara en momentos como ese, es mi cómplice, adora a su madre, pero me entiende aunque no interviene para no ofender a Lyuda.

Anoche, sin ir más lejos, cuando su madre dormitaba en la silla después de cenar, se acercó a mi y tapando su voz con las manos, me susurró al oído, "a mi me gusta mucho que sonrías papá, yo también quiero sonreír siempre".



II





"No siempre es fácil sonreír, querida mía". Me miró con sus grandes ojos negros, increíbles, con una profundidad que asustaría a cualquier adulto, yo aparté la mirada. "Quiero a esta niña", pensé. "Venga, a dormir, pequeña", dije.





Agarró mi mano con su manita frágil y delicada y sin mediar palabra, me convenció para que la acompañara. Siempre ha sido una cría decidida, ya de bebé agarraba con fuerza y era constante y empeñada en sus deseos. El carácter de su madre va dentro de ella, aunque una dulzura especial casi mágica la acompaña a cada paso, como una aureola que sin explicación alguna se hubiera posado sobre ella, protegiéndola, formando un dúo maravilloso. Nunca pensé que admiraría de tal manera a mi hija, Dasha, esa niña que revolucionó con su llegada mi relación con una Lyuda, que por entonces no tenía en la cabeza -yo tampoco- la creación de descendencia. Mas que grande es mi arrepentimiento por pensar entonces que un hijo no era lo que daría alas a mi vida, gracias a Dasha mi felicidad será eterna, mi sonrisa será perenne en los tiempos.

"Papi", su voz me acarició la cara como una tibia brisa de primavera, yo la miré. "No será fácil, pero siempre hay que intentarlo." Sonreí.



III









Sentado en la Plaza Roja, es lastimoso ver la caída de la tarde. El tráfico es exclusivamente militar, los soldados van de aquí para allá, los caballos tiran de carros repletos de armas… La gente que aun no se ha marchado o no ha sido evacuada está en las calles, paseando bajo los castaños y arces, respirando el polvo levantado por el húmedo viento del oeste, que se ha unido al sofocante calor para hacer de los días infiernos.





De repente, algo se me cuelga de la espalda suavemente, dos bracitos me rodean el cuello. “¡Dasha! ¿Qué haces aquí, mi pequeña?” Se sienta a mi lado y me da la mano, contempla el triste espectáculo que las preparaciones para la guerra ofrecen. Aprieta mi mano con fuerza, seguramente confusa y asustada. “Los Gólubev se han marchado, también.” Procuro que no se note el temblor de mi corazón, de todo mi interior. “No puede ser…” pienso, “¡no puede ser!”. “Papi, ¿no dices nada?” Niego con la cabeza. Nada podría decir.

Pasan minutos, muchos, sin moverme. Dasha sigue ahí, y es lo único que me da fuerzas para no salir corriendo hacia el este, para abandonar la ciudad. “Papá”, giro la cabeza hacia ella, saliendo del trance. “Volvamos a casa, mamá se va a preocupar.”


IV









Las sirenas atronaron en la noche.





Al poco, los temidos bombarderos alemanes estaban rugiendo encima de la ciudad y descargando todo su arsenal de bombas sobre la población. Polvo, humo, fuego, muerte, destrucción, caos.

"¡¡Dasha!! ¡¡Lyuda!!" No sé donde piso, todo son escombros, cascotes. No veo nada, sólo el fulgor de las explosiones permite ver algo de vez en cuando, la luna está escondida tras los centenares de aviones nazis que surcan violentamente el cielo. "¿¿Dónde estáis??" No siento temor por mi vida, porque esto no puede representar la vida, no, no puede ocurrir esto en lo que llamamos realidad, no puede existir lo que está ocurriendo esta noche, y no imagino que pueda ser cierto lo que bajo la luz del día de mañana -si es que vuelve a salir el Sol- se pueda ver.

El ruido de los motores y las bombas es ensordecedor, me mantengo a duras penas en pie"¡¡hija!! no tengas miedo, ya se van los aviones, ¿dónde estás?", percibo entre las tinieblas reinantes que mi casa está destruida, tropiezo continuamente con todo lo que antes formaba un hogar. Más bombas, más... "¡¡Lyuda!! Por favor, ¡responde! ¡¡Lyuda, Dasha!!" Todo tiembla, esto debe ser lo más parecido al fin del mundo. Me acurruco como puedo, y de repente la veo. "No, no no no ¡no no no! Querida, ¡¡¡no!!! Lyuda... ¿Por qué?" El llanto me ahoga.

Dejo de oír las bombas aunque siguen cayendo, dejo de ver fuego aunque hay por todos lados, dejo de pensar en todo para ver únicamente en mi mente la sonrisa de Dasha. "Tengo que encontrarla, es lo único que me queda en la vida".


V





































Huele a polvo, a escombros, a pólvora...


















































































































El olor del caos, la destrucción y la muerte me rodea. No veo, todo es negro. ¿Dónde estoy? ¿Qué hago en medio de todo ésto? "¡Lyuda!" ¿Qué ocurre? ¿Dónde estoy? "Dasha, amor de mis ojos, acércate". Sólo, nadie me responde. Me siento aturdido, aunque creo recordar que estaba en la cama, Lyuda a mi lado, "¿verdad, cariño?", ni idea de dónde se habrán metido. No sé si hablo o pienso, no me oigo, sólo escucho un zumbido muy molesto y algo así como el crepitar de unas llamas lejanas. No hay voces, no hay gritos, parece haberse esfumado toda la gente.






























































































































Recuerdo a mi Dasha, con su eterna sonrisa en esta ocasión perdida, asediarme a preguntas sobre la barbarie de la guerra, que según los diarios que llegaban a nuestras manos era inminente.





- Papá, ¿qué es la guerra?
- ...Verás, Dasha, cariño, es un...
- Pero, ¿ahí la gente se muere?
- No... Si, si. Se muere gente.
- No quiero que la guerra entre en Rusia, papi.
- Yo tampoco hija, yo tampoco lo quiero.

Desperté de mi letargo producido por el recuerdo de esa conversación, en su momento intenté no darle mayor importancia a las noticias que llegaban sobre los movimientos de tropas alemanas muy cerca de los puestos fronterizos, pero parece que... ¡Están a las puertas de Stalingrado! En tan pocos meses...

Frustración mezclada con aroma a muerte. Me da igual mi suerte, la de Lyuda ha sido echada ya... Las lágrimas revientan dentro de mi, pero mi Dasha está en juego. No puedo permitir que apaguen su sonrisa a bombazos.

- ¡Dasha! ¡Hija mía! ¿Dónde estás?































































VI










































































































































El ulular del viento es el sonido que más escucho. Sopla entre las piedras, se cuela por cada rendija, llega cortante hasta mi rostro y silbando melodías de muerte, me acompaña. Es mi único acompañante.


































































Han pasado muchos meses ya… No sé muy bien, exactamente es imposible. Desfilan días y desfilan noches, incontables. A veces ni llego a ver la luz traspasar las pequeñas rendijas de mi escondite, las nubes grisáceas o el humo negro de los fuegos en la ciudad se interponen, es imposible llevar la cuenta. A veces intento contar días, pero me pierdo, y termino sumando las veces que el viento aúlla y ruge, hasta que me doy cuenta y paro, lloroso. No quiero volverme loco, pero es imposible, sé que será imposible no trastornarme, aquí, sólo, a oscuras, sin hablar, procurando no hacer ruido para que no me descubran, el viento es terrible, es constante, más que los bombardeos. Siempre está aquí, y no tengo armas para luchar contra él. Mi única esperanza es que mi pequeña Dasha lo escuche como yo, y le lleve hasta donde esté el aroma de mi amor, porque a mi no me llega nada, pero no quiero ser pesimista, me muero si dejo de pensar en que ella está ahí fuera, esperándome.
Fuera, hay disparos a cada rato; he aprendido a diferenciar de qué bando provienen, si son escaramuzas o fusilamientos, ráfagas preventivas, si son pistolas, rifles o ametralladoras… Realmente es fácil, sobretodo los fusilamientos, que son repentinos, a veces son tan cerca que oigo hasta las voces de quien ordena abrir fuego. Se me hiela la sangre cada vez que sucede. Si me descubren, seré yo uno de los próximos fusilados.


VII

















El corazón me late fuera del pecho, me sabe a sangre mi garganta, mis oídos retumban. Está ahí, no sé quien es, pero está. Pasos, cerca, muy cerca... Cierro los ojos e intento pensar en la primavera, en las flores, en Lyuda, en Dasha, en su sonrisa; ya no oigo pasos, ahora sólo oigo su carcajada pura, limpia. También escucho a Lyuda, su voz, veo sus ojos clavados en los míos, mirándome fijamente con ese amor que sólo ella sabe expresar de esa manera. Siento por primera vez en semanas que floto, que me elevo por encima de los escombros donde me refugio, por las ruinas de mi Stalingrado destruida, percibo una maraña de soldados de ambos bandos que miran hacia arriba escudriñando el cielo plomizo que se abre ante mí, olvidando sus armas, y los motivos que tienen para haber disparado tantas balas.






- Du Sowjetischen! Aus, Jetzt! (¡Tú, soviético! ¡Fuera, ahora!)

Siento el cañón del MP-40 en mi sien. Los he oído disparar desde hace semanas, día tras día. He visto muchos diseminados entre las montañas de cascotes, pero nunca había sentido su contacto. Desprende un gélido aguijonazo sobre mi, pero no me inspira temor. Por fin he comprendido, y ya no tengo miedo, si ya no estoy vivo no puedo sentirlo. Siento recomponerse las fuerzas dentro de mi, ha llegado mi momento, mi fin.

Niego con la cabeza, mirando fijamente al demacrado soldado alemán. Él me observa largo rato.

- Hier sterben. (Morirás aquí).

Cierro los ojos de nuevo. Regreso al verde primaveral, vuelvo a ver a Lyuda, en mi regazo mezo a Dasha. Oigo pasos alejarse, sonrío para mí y caigo en un tibio sueño.




VIII
Acaricio el pelo de la pequeña Dasha, que duerme apaciblemente a mi lado. Los escombros ya no crujen tanto, ni el frío es tan intenso, y ni siquiera oigo los disparos. Los segundos ya no parecen horas, ahora sólo son segundos que discurren paso a paso, que no amargan la existencia y no cargan con un peso imposible mi corazón. Oigo su respiración pausada, relajada, lejana a muertes y guerras, transmisora de alegría y paz, de una paz brutal, inspiradora.



Acaricio el pelo de la pequeña Dasha, que duerme apaciblemente a mi lado. La vida me parece más digna, la muerte más asumible y la espera ya no es angustiosa, ahora ya sólo es un lento discurrir por un camino que no existe. Siento latir su corazón en el pecho, repleto de ilusión y de fuerza, colmando mi mente de tenues imágenes llenas de esperanza, de futuro. Veo pequeños huecos donde antes sólo veía un inmenso muro, y voy hacia ellos, busco mi hueco, el de mi pequeña, ese hueco que nos de la felicidad, ese hueco soñado, infinito.

Acaricio el pelo de la pequeña Dasha, que duerme apaciblemente a mi lado. Un rayo de Sol penetra entre los cascotes, siento un leve atisbo de calor en mi piel. Falso, desgarradoramente falso. Abro los ojos, deslumbrado, y a mi alrededor... Nada, una nada criminal, asesina, una nada fronteriza con el infierno, no acaricio el pelo de mi Dasha, sino una cabellera arrancada por un bombazo a algún soldado. Un vacío inconsolable aprieta mi corazón con fuerza...

Dasha, agárrame la mano... Sácame de aquí...