jueves, 23 de junio de 2011

Fragmento de un posible... (I)

Ni siquiera los pájaros cantaban en el fresco atardecer. El aliento de miles de personas se encontraba atrapado en las gargantas, a la espera; el tiempo parecía haberse detenido.


Seoane se encontraba junto a la balsa donde reposaba el Rey, le dijo unas palabras inaudibles para todos y tomó una gran bocanada de aire. Pareció recobrar fuerzas de nuevo y alzó la gran espada tanto como pudo, sin dejar de mirar los ojos del cadáver.


La primera vez que había visto su rostro fue el día en el cual su padre entregó una doncella para que la convirtieran en Reina. Sus ojos aun estaban hinchados de llorar la víspera, rabiando de súplica pues jamás se desposaría de otra forma que no fuese enamorada. Aquel primer recuerdo jamás fue feliz para ella, pero para él tampoco, y la noche de bodas fue un suplicio para ambos. La consumación del matrimonio era imprescindible para el entonces futuro heredero, y los dos sintieron la presión sobre sus jóvenes hombros. 


-Yo no quiero estar aquí -confesó avergonzado el Príncipe Handor, una vez les dejaron solos y desnudos sobre el lecho.


El silencio les envolvió durante horas, aun sabedores de la cantidad de orejas que estarían pegadas a la puerta de su dormitorio.


Apuntaba el alba a través de las cortinas de seda marfil de los aposentos cuando, por motivos que ninguno jamás comprendió, se durmieron. No se habían rozado mientras la Luna los presenciaba, en la transición de la noche al día consiguieron embeberse de sueño, y cuando el Sol los despertó, la cabeza de ella estaba posada sobre el pecho de él, cuyo brazo rodeaba los hombros blancos y pecosos de su Reina. Se miraron largo rato, tanto que las sombras fueron cambiando su posición y ellos seguían contemplándose. Asumían, quizá, que el deber que les habían encomendado sería más fácil llevarlo a cabo si se aliaban que si se encerraban en los sueños que jamás podrían realizar.


-Mi Reina... -susurró la boca de Handor, aunque Seoane no reconoció su voz, sino una que era un hilo agudo, ajado y que le atrajo de nuevo al presente. 

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