jueves, 18 de agosto de 2011

(H)orquídea

Cultivaba orquídeas.


Y me dan ganas de escribir orquídea con hache. Una hache muda que no se oiga pero se sienta, se padezca, se entrometa por los poros de la piel y cale hasta los huesos de quien se atrevió a romper el hábitat más preciado del mayor amante que tuvo. La miel de sus labios rezumaba intensidad cuando la tenía cerca, salivaba como cualquier perro de Pávlov sólo con imaginar su aroma, temblaba su frágil corazón al pronunciar su nombre y su mirada centelleaba como una noche veraniega cuando encontraba a centímetros la claridad y el osado brillo de los ojos de quien amó en un crudo silencio.


Porque el silencio suele ser crudo. Salvaje.


Jóder, ¿tan difícil es entender que no quería salir? La luz que buscaba no era la del Sol, y sus palabras donde mejor encontraban acomodo era en sus cuadernos y no en los oídos de nadie, pero el engaño y la traición a veces son más poderosos que cualquier otro arma. La violación de una intimidad tan celosa fue el mayor castigo que pudo soportar, y tras segar el tallo de cada una de sus flores, murió con ellas.


Disimuló cada uno de los movimientos de su vida tan sesudamente, que cuando le encontraron, ni siquiera sus piernas danzaban, inertes, bajo su cuello estrujado por la soga que se sintió obligado a utilizar.

1 comentario:

Opina, critica, aporta.