lunes, 1 de marzo de 2010

La rosa

Agarré la flor, esa rosa roja que, a pesar de tan común, era su favorita. Y eso la hacía especial, a ella y a la rosa.

Desgarré suavemente el tallo espinoso que incrustó sus púas en la palma de mi mano, pero el dolor fue escaso, leve, casi placentero. La miré fijamente, con amor, viendo en cada pétalo un poro de su piel, y en cada espina su mirada, orgullosa y altiva. Era una simbiosis perfecta, una unión en la distancia, mezcla de dulzura y dureza, un pedazo de ella aquí y de la rosa allí.

Caminé con ella en la mano, no era la mejor manera de sentirla conmigo, pero si la única. Resplandecía el Sol en el cielo, bañando cada rincón, iluminando y traspasando con sus rayos la belleza de mi flor, coloreando una sombra rojiza, de una intensidad exagerada. A su vez, la brisa veraniega expandía el delicioso aroma en el ambiente, dejando huella palpable de su paso.

Juro que lo vi, que vi como una minúscula lágrima brotó de ella, cayó con delicadeza por uno de sus pétalos, brilló al Sol, y se esfumó. Era la señal, lo que yo esperaba, sabía que aparecería, que no me dejaría para siempre. Entonces enfilé el camino y a buen paso no tardé en llegar. Crucé la verja y seguí el camino que tantas veces había soñado recorrer, con la rosa en la mano, con esa rosa especial y única, portadora de sensaciones y sentimientos, y que por fin deposité sobre la piedra, sobre la hasta entonces fría piedra, que de ahora en adelante me encargaría de limpiar y embellecer, para que nunca volviera a sentirse sola.

1 comentario:

  1. porque pondremos tanta simbologia en las cosas? y porque nos aferramos a ella cuando lo que simbolizan se ha marchado?
    jo, :(

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