Duermo.
Y observo sus párpados cerrados, y acaricio con mi mirada sus facciones, cada poro de su piel es una aventura, un deseo, un placer. Ardo, su boca, abierta una rendija, expulsa un aire cálido, tibio, respiro su ser. Sus manos, sobre las sábanas revueltas, cansadas. Mi recorrido es ilimitado, va y viene, da mil giros y hace piruetas, así es, no puedo parar, suspiro por no actuar. Me trago el deseo, intento frenar mi corazón, latiendo a la velocidad de la luz, esa que entra por la ventana e ilumina tu cuerpo dorado y lo hace resplandecer, o quizá sea al revés.
No duermo.
Y sus ojos atraviesan la ventana, y se posan allá, en la infinita lejanía de la nada. Su palidez se intensifica con la tenue luz de la luna que llega hasta su cama, una luz blanquecina, triste, apenas un mal reflejo del pasado. Su cuerpo, desnudo y solitario, espera y espera, quien lo valore, lo sepa cuidar y lo ahogue en una noche de desmedida pasión y lujuria, y sabe quién es, y dónde está, y las lágrimas brotan, una vez más.
Y me muevo en mi cama, una y otra vez, una y otra vez... Intento dormir, quiero dormir, volver a ver sus párpados cerrados...